Centro el diseño en la piedra y lo sujeto con cinta adhesiva, y con una punta metálica y papel carbónico, transfiero el diseño en sus contornos.

Previamente he realizado un estudio de su superficie, para así poder aprovechar la belleza de la veta, y sus juegos ondulatorios.

El diseño ya ha sido transferido
en su totalidad

Instalo la piedra en el atril,
el cual se apoya sobre la mesa
de trabajo, que en esta ocasión lleva
una bachaza para retener el polvillo
de piedra y a la vez hacer recircular
el agua utilizada como refrigerante.
Trabajo con luz cálida en el salón, y con un foco de 100w de luz solar como iluminación directa para trabajar con buen contraste.

El atril tiene una ligera inclinación,
y en su inferior posee rodamientos de madera, en los cuales la piedra se apoya, permitiendo así rotar la piedra
de manera liviana mientras trabajo.
El visor acrílico impide salpicaduras.

A mi derecha, están dispuestas las herramientas de trabajo:
tornos de mano y colgantes.

Los primeros cortes realizados.
En este tipo de trabajos tan intrincados, el enfoque debe ser múltiple: por un lado está el hacer un trabajo de líneas entrecruzadas pero a la vez continuas y fluídas; por el otro está lograr un centro con esenciales efectos de sombra y luz que insinuarán una esfera irradiante.
Es necesario que estos trazos sean idénticos, una adecuada profundidad variable entre las puntas y el centro de cada trazo contribuirá al efecto
y su perfecta disposición
en el círculo inscripto.

Para ello no he necesitado de cálculos previos: uso mi imaginación,
y puedo visualizarlo como
si ya estuviera hecho.

Aquí se aprecia correctamente el efecto de esfericidad irradiante en el centro.

He comenzado el siguiente nivel de imbricaciones.