Sobre la Ignorancia

Por Jorge Lupin
Escultor, Orfebre y Filósofo Autodidacto

Hace unos días en un canal cultural televisivo escuché opinar sobre la ignorancia a personas del amplio espectro de la sociedad: opinaban jueces, artistas, artesanos, hombres de ciencia, docentes, estudiantes, comerciantes, amas de casa, transeúntes. Cada uno la describía acertadamente según su punto de vista vivencial; basado en sus experiencias y su saber; pero era claro que la definición cambiaba de un entrevistado a otro; pues cada uno la describía por los efectos que producía en su persona y entorno cercano, aunque todas las definiciones eran complementarias y servían para hacer un mosaico del fenómeno.

Algunos opinaron que era lo peor que podía ocurrirle a una persona; otro decía que la ignorancia era algo común en el hombre pues siempre se sabía muy poco y se ignoraban muchas más cosas; otro opinaba no sin dar muestras de agobio y resignación que había muchos tipos de ignorancia y de ignorantes, como si se tratase de algún tipo de pandemia; otro advertía que la ignorancia era la causa de la inmoralidad, la corrupción, la avaricia, la estupidez, el desprecio hacia la vida, la ética, la moral, los valores humanos, las personas y la sociedad toda. Otro advirtió que una cosa era no saber, y otra muy diferente es la ignorancia: así había letrados ignorantes, y analfabetos que no eran ignorantes. Evidentemente, estaban como en el cuento de los hombres y del elefante en la oscuridad, describiendo lo mismo desde distintos ángulos.

En lo que seguramente muchos coincidirán, es que la ignorancia es el peor de los males del mundo; una desgracia humana.

Yo también, quisiera dar mi punto de vista, que es éste:
"Ignorancia" es una palabra que, según la brevedad característica
de los diccionarios, deriva del latín Ignorantia. Lo cual no dice gran cosa,
ni va más allá; aparentemente por ignorancia.

Al igual que muchas otras palabras del idioma castellano, ésta deriva en parte del sánscrito, antiguo idioma de carácter sagrado de varios milenios de antigüedad que se hablaba en la India. La palabra "ignorancia" es la conjunción de dos términos que sirven para dar una idea acabada del concepto. La sílaba Ign deriva del griego Ignis (fuego), el que a su vez deriva directamente del sánscrito Agni, deidad encargada del fuego. De aquí los términos 'ignición', 'ígneo', 'ignífugo'.

El otro término es orante, es decir el que dirige plegarias u oraciones a una divinidad. Que ora ante su divinidad. Se relaciona con la palabra adorar, es decir ad = a, orar; dirigirse hacia para orar; orar a.

También se forma la palabra a-dorar, es decir el investir de una cualidad áurea, y por tanto de máximo valor y singularidad, y también por su carácter solar, a la idea de la divinidad; y literalmente, por su aplicación extensiva, literial e ignorante, es tomar al sol, al fuego o al oro como elementos divinos.

Entonces ign-orancia significa "adorador del fuego" una palabra creada para describir a los adoradores del fuego, o del sol, o del oro.

Uno podría llegar hasta aquí y darse por conforme con la definición, pero es posible ir un poco más allá para llegar hasta el mismo origen de la palabra y su sentido. Porque en este punto, la determinación de la ignorancia consistiría en la simpleza de etiquetar a cualquiera o cualquier acto que fuera una adoración al fuego: "si adora al fuego, es ignorante; todo lo demás no es ignorancia". Lo cual es ciertamente una actitud ignorante.

La palabra "ignorancia" en su sentido pleno podría ser interpretada como un símbolo. Todas las religiones antiguas afirman que Dios es la Fuente de toda Luz.

El fuego físico, por su parte, tiene como característica fundamental el emitir calor y luz. El fuego ilumina, y el ignorante -y ésta es la médula del asunto- confunde al medio con la causa, al fenómeno con el noúmeno, lo literal con el espíritu de la letra, lo material con lo trascendente, lo grosero con lo sutil, lo alegórico con lo textual, la señal con el símbolo, el símbolo con el arquetipo; confunde al fuego como la fuente de toda luz, y adora al fuego. No ve más allá de las apariencias, ateniéndose a lo explícito y negando -y haciendo negar- la interpretación metafórica.

En su estrecha línea de pensamiento, ir más allá de esto sólo consistiría en agregar más de lo mismo (aunque para sus ojos se presentase como algo completamente nuevo, de un orden superior de ideas): y que consistiría en adorar a un fuego más grande: el sol, que ilumina el mundo; o algo que pueda manejar, más contante, como el oro, o similar que tenga más a la mano, o una idea obsesiva; por el cual muchos parecen enloquecer y al que le dispensan su amor y apego de variadas y remanidas atávicas maneras, aunque muchos se crean originales e inteligentes por ello, como si a nadie se le ubiese ocurrido lo mismo que a ellos antes, o simultáneamente, porque hay que tener en cuenta que el mundo es grande. Y a esto lo considerarían un progreso.

En mi opinión, la ignorancia no radica en un instante: es una acción mantenida a lo largo del tiempo. Ignorante no es aquél que, por no saber, se equivoca; pues todos nos equivocamos; cualquiera podría caer en el error y adorar algún "fuego", y luego, percatándose del error, enmendarse. Aquél que busca la Verdad, con seguridad cometerá actos de ignorancia, pero no por ello se convierte en un ignorante. El acto, desde el punto de vista de su manifestación, es un instante en donde un ser ejerce y hace manifiesta una cierta cualidad o condición; su duración está limitada a un tiempo más o menos breve.
El estado, en cambio, es aquello que se logra mediante la sucesión de actos repetidos, tornándose entonces una condición estable a lo largo del tiempo.
Una cosa es un tropezón, y otra muy diferente es vivir en el suelo.

Ignorante no se nace, se hace.

El no-ignorante no se convientre por ello en sabio; es una condición necesaria, pero no sufiente para la sabiduría; pero al menos está en condición favorable para recibir sobre algo en particular un cierto grado de aprendizaje o conocimiento que le permitirá avanzar o desarrollarse, si aprovecha la ocasión. El no-ignorante, si comete un acto de ignorancia, debería tomar experiencia y aprender de ello.

El ignorante, por el contrario, cuando comete un acto de ignorancia o no podrá percibir el daño que produce, o tampoco le importará, pues es indolente al hecho y a sus consecuencias; esto entraña tanto un desprecio hacia sí mismo como a lo que le rodea; y si se le señala la situación, la negará tozudamente, o se hará el sordo, lo mentirá hasta el ridículo, o se excusará hipócritamente.
No está en el negocio de aprender de sí mismo, está en el de la negación del conocimiento y de todo aquello que lo irradie o lo difunda.

La ignorancia también puede dirigirse hacia una idea o conjunto de creencias, convirtiéndose entonces en obsesión ciega y activa, con apego a lo literal y desprecio hacia lo metafórico y la libertad de interpretación y por tanto, de la libertad de pensamiento; aún más: es pretender invadir y regular el pensamiento de los otros, para que piensen igual. A veces surge desde la barbarie neandertaloide; en otras desde la apariencia académica; en otras desde la ortodoxia.

El ignorante ataca indirecta o directamente. Indirectamente mediante la injuria, la difamación, el cotorreo, la contumelia, la invitación a la duda, el temor,
la propagación de la sospecha, la sospecha de la virtud, la maledicencia. Directamente mediante la afrenta, la injuria, el insulto, la violencia explícita.

Ignorante es el que practica la ignorancia, y mediante la constancia
y el ejercicio diario se la gana, rodeándose con oscuridad
por los cuatro costados, de arriba y de abajo, por fuera y por dentro,
en el presente y en el futuro; previniéndose así de cualquier luz;
pasando entonces a formar parte de su ser y de sus actos.

Y como el pez en el agua, no conoce algo tal como la "humedad".

 

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